martes, 31 de mayo de 2011

Monólogo del río Rionegro

Por Jairo Tobón Villegas

   Soy un viejo enamorado del paisaje rionegrero, como dijo don Ernesto Tobón, la persona que más me ha querido.  Viejo pero me renuevo permanentemente. Voy y vengo, no como cualquier político, sino que voy y vengo trayendo novedades, refrescando la agricultura, trayéndoles agua para su uso diario a todos los rionegreros y hago parte de la historia de la ciudad.


     Tengo excelente memoria. Tan buena que no han logrado borrármela todos los males que me han hecho, ni los años. Me descubrió Alvaro de Mendoza, enviado por el mariscal Jorge Robledo. Me puso el nombre, NEGRO o sea que me negrió, con respeto de la historia. Nombre bonito, con algo de racismo. Después me “negriaron” unos rionegreros y otros foráneos que llegaron aquí a hacer de las suyas, sin control de ninguna administración  como cuando el aeropuerto José María Córdova. Ahí sí me “negriaron” feo y hasta me pintaron de colorado por las cárcavas que como cicatrices del suelo rionegrero abrieron las máquinas de los españoles de Arinco.

          Todas las tierras erosionadas cayeron sobre mi lecho y no me han dejado dormir ni vivir tranquilo. Acuérdese maestro, usted que reconstruyó toda mi vida, mi historia de muchos años, especialmente de los últimos 450 años.
Hoy estoy muy dolido, el desvío de mi cauce natural, cuando me quitaron el remanso de la Piedra del Diablo, en donde, según la tradición que usted recogió, aparecía un minotauro para asustar a las bellas damas rionegreras que iban a bañarse a mis aguas cristalinas y entonces descontaminadas.

¿Cuándo se me ha invitado a alguna reunión en donde se hable de protegerme luego de los daños que me ha causado la desidia y el afán económico de algunos?

      Se planean nuevas vías dañando mi llanura, siempre soy el invitado de piedra.
Ahora les estoy cobrando a los depredadores lo mucho que me deben: los daños que me han hecho causándome cicatrices de dolor y ruina.
El aeropuerto, primero, cárcavas de terror. No tuvieron en cuenta mis afluentes y la tierra que le rebanaron a los cerros para construir las pistas, se fue aguas abajo atosigándome y llenándome de tierra y arena que limitaron mi cauce. Toneladas de tierra, producto de la erosión causada por el mal trato a la tierra de los cerros cayeron sobre mi lecho.

    Ahí comenzó el drama. En la vereda Yarumal, los mineros me han revolcado  las entrañas de la montaña como si le estuvieran haciendo el harakiri japonés. Y en Llanogrande y Guayabito los mineros están destrozando mi interior y convirtiendo el paisajes en espejos de agua que atormentan a los aviadores al aterrizar.  En Yarumal y Llanogrande, están dañando mi cauce y por el mal manejo de mi lecho afronto muchos problemas,  Y en el centro de Rionegro, urbanizaciones  nuevas,  raspan y rellenan mi territorio con agravantes dramáticos. Hacen llenos en mis dominios y después se quejan de que los estrujo para reclamar mi lecho. No me dejan dormir tranquilo.

    Me descobijan y me empujan para desalojarme como si fuera un pobre campesino desarraigado de su parcela. No hay más remedio que traspasar mis angustias a los rionegreros con inundaciones y desbordamientos en el Porvenir, en los centros comerciales y en el barrio Las Playas.
Soy el rio - agua que penetro en todas partes, sin pedir permiso. Apenas reclamo lo mío. Mi viejo cauce, lleno de curvas delicadas y románticas, bajo los viejos sauces que un día sembrara don Ernesto Tobón cuando era hacendado en el Tablazo y lo proclamaron el mejor arboricultor de la comarca.

    Me han  robado meandros, llanuras de inundación, curvas , se ha cambiado el curso de mis aguas y ahora están pagando las consecuencias. Ahora reclamo frenéticamente, con ardor y con furia, mi verdadero cauce, mi amado territorio, mi apacible llanura. Los residentes de la ciudad deben aprender a convivir conmigo, sin maltratarme ni querer despojarme, de mis dominios.
     Soy de aguas mansas y en mi fondo dicen que traicionero, pero no, manso. Me enfurezco cuando usurpan mis dominios o cuando pretenden ser más que yo. 

      He lamentado mucho la muerte de Olivia Sanín, la hija de ese gran educador, genio rionegrero si los ha habido,  Sentí mucho la muerte de don Antonio Vallejo, con su caballo, como gran caballero del progreso y la bondad. Murió ahogado al cruzar mis dominios. Una campeona de natación me desafió y no aguantó mi corriente.
Cientos de niñas rionegreras se bañaban y recreaban en mis orillas. La piedra del Diablo fue lugar de enseñanza para la natación.  Y los ahogados tenían al Majo, a Benjamín y a Balmore para buscarlos.

    Hoy todos quieren violentarme, apropiarse de mis llanuras para llenar sus bolsillos, sin tener clemencia de los ribereños que buenamente han convivido conmigo durante años y años. En afán mercantilista, algunos se aprovechan de mí para construír y llenarse de dinero. De ese dinero, estiercol del diablo que al final los pierde a todos, los enceguece y los lleva a los despeñaderos de la infamia.

  Mientras tanto, voy al mar y regreso a esta mi vieja y querida ciudad de Rionegro, convertido en lluvia o en rocío . . . y continúo mi ruta húmeda y eterna, esperando que los rionegreros aprendan a convivir conmigo, sin pretender enriquecerse con mis llanuras y sin llenar sus bolsillos con la arena, el cascajo y la piedra que sustentan mi lecho.

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